Una hora antes que el resto de sus vecinos, Saturnino Vera, de 66 años, se recuerda a sí mismo que ya llegó la Navidad. A las cinco de la tarde, cuando Vera habla de las virtudes y los defectos de la literatura de Mario Vargas Llosa, cuya obra está releyendo en orden cronológico para entender la “evolución del autor”, unas luces led alemanas compradas en el Lidl convierten su salón en penumbra en el perfecto hogar navideño. No se apagarán hasta las once de la noche. “Las de Almeida duran mucho más, claro”, apunta mientras al otro lado de sus ventanales de tres metros de altura, valorados en 10.000 euros y adquiridos este mismo año, solo se escucha el silencio. Sin embargo, Vera hace la prueba, es curioso por naturaleza, y al abrirlos, intuye el rumor de lo que está por llegar. Cierra de golpe y anuncia con un tinte épico: “Las aglomeraciones ya están de camino”. Vera, así como su familia, permanecerá en el interior de su domicilio hasta que el puente de diciembre se acabe y, tal vez, también durante todas las vacaciones. Saldrán “lo mínimo e indispensable”. Explica que para los residentes de los barrios más gentrificados, la única forma de protegerse “contra esta locura” es dándole la espalda. “Sabemos que si requieres de un servicio de emergencia van a tardar lo suyo porque esto se va a saturar de gente por todos lados. Es lo que hay, somos David contra Goliat”, reflexiona el hombre que, pese a todo, es un activista histórico del distrito Centro.
Los vecinos del centro se resignan ante la oleada de aglomeraciones que se espera para las fiestas navideñas. Aquellos que no pueden marcharse optan por recluirse en casa y salir lo menos posible
Una hora antes que el resto de sus vecinos, Saturnino Vera, de 66 años, se recuerda a sí mismo que ya llegó la Navidad. A las cinco de la tarde, cuando Vera habla de las virtudes y los defectos de la literatura de Mario Vargas Llosa, cuya obra está releyendo en orden cronológico para entender la “evolución del autor”, unas luces led alemanas compradas en el Lidl convierten su salón en penumbra en el perfecto hogar navideño. No se apagarán hasta las once de la noche. “Las de Almeida duran mucho más, claro”, apunta mientras al otro lado de sus ventanales de tres metros de altura, valorados en 10.000 euros y adquiridos este mismo año, solo se escucha el silencio. Sin embargo, Vera hace la prueba, es curioso por naturaleza, y al abrirlos, intuye el rumor de lo que está por llegar. Cierra de golpe y anuncia con un tinte épico: “Las aglomeraciones ya están de camino”. Vera, así como su familia, permanecerá en el interior de su domicilio hasta que el puente de diciembre se acabe y, tal vez, también durante todas las vacaciones. Saldrán “lo mínimo e indispensable”. Explica que para los residentes de los barrios más gentrificados, la única forma de protegerse “contra esta locura” es dándole la espalda. “Sabemos que si requieres de un servicio de emergencia van a tardar lo suyo porque esto se va a saturar de gente por todos lados. Es lo que hay, somos David contra Goliat”, reflexiona el hombre que, pese a todo, es un activista histórico del distrito Centro.
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