La semana pasada, en el barrio de Santa Bárbara, Toledo desahució a una familia. Una madre sola. Y un niño de cuatro años. Ese niño repetía una y otra vez dos palabras que deberían helarnos el alma: «mi casa». No gritaba derechos, ni justicia, ni ley. Gritaba lo más básico: pertenencia. Hogar. Vida.Pero no hubo piedad. No hubo alternativa habitacional. No hubo solución. Hubo desalojo. Con papeles. Con orden judicial. Con fuerzas de seguridad. Y, una vez más, la ciudad obedeció la ley y traicionó la humanidad.A la madre la llaman okupa. Lo repiten algunos, lo murmuran otros que prefieren no saber. Pero no era una okupa. Era una estafada. Firmó un contrato falso. Pagó. Lo denunció. Intentó regularizar su situación. Nadie la escuchó.Pero la palabra okupa desactiva toda empatía. Convierte la pobreza en amenaza y a la víctima en culpable. Así justificamos lo injustificable. Así hacemos política sin mancharnos las manos. Así se expulsa a una familia con el lenguaje antes que con la fuerza.Y yo la conozco. A ella y a su hijo. He caminado con ellos. Los he visto resistir, pedir ayuda, confiar. Por eso estas palabras nacen con frustración, con rabia, pero también con el firme compromiso de seguir luchando junto a ella. Porque merecen un hogar. Porque algunos los acompañamos, sí. Pero muchos otros miraron a otro lado.¿De qué sirve ser una ‘ciudad amiga de la infancia’ si se ejecutan desahucios sobre niños de cuatro años?¿De qué sirve tener un Plan de Infancia en Toledo si no contempla lo más urgente: evitar que los menores queden en la calle?Una infancia sin vivienda es una infancia sin derechos. Todo lo demás es maquillaje institucional. Y en este caso, fallaron también los que deberían haber estado: la comunidad, las entidades sociales, y en especial el movimiento vecinal de Santa Bárbara.¿De qué sirve hablar de barrio, de comunidad, de tejido social, si cuando una vecina está siendo expulsada del sistema, no se levanta ni una voz? La red comunitaria que no responde ante un desahucio no es red. Es silencio estructural.Esto no ha sido un error administrativo. Ha sido una decisión política. Porque permitir que un niño duerma en la calle es una decisión. Porque proteger la propiedad por encima de la vida es una decisión. Porque mirar para otro lado también lo es.Y sí, todo fue legal. Pero que no nos confundan: también fue legal dejar morir de frío a las mujeres pobres durante siglos. También hemos legalizado guerras, colonialismos, esclavitudes.Lo legal no siempre es lo justo. Y desahuciar a un menor nunca lo es.Toledo tiene una oportunidad. Puede elegir entre seguir cumpliendo con las formas, o comprometerse de verdad con las vidas. Puede dejar que la rabia se convierta en organización. Puede asumir su responsabilidad como ciudad. Como administración. Como ciudadanía.Porque esta no es una historia aislada. Es una alarma. Y si no escuchamos a un niño diciendo «mi casa», ¿qué nos queda como sociedad? La semana pasada, en el barrio de Santa Bárbara, Toledo desahució a una familia. Una madre sola. Y un niño de cuatro años. Ese niño repetía una y otra vez dos palabras que deberían helarnos el alma: «mi casa». No gritaba derechos, ni justicia, ni ley. Gritaba lo más básico: pertenencia. Hogar. Vida.Pero no hubo piedad. No hubo alternativa habitacional. No hubo solución. Hubo desalojo. Con papeles. Con orden judicial. Con fuerzas de seguridad. Y, una vez más, la ciudad obedeció la ley y traicionó la humanidad.A la madre la llaman okupa. Lo repiten algunos, lo murmuran otros que prefieren no saber. Pero no era una okupa. Era una estafada. Firmó un contrato falso. Pagó. Lo denunció. Intentó regularizar su situación. Nadie la escuchó.Pero la palabra okupa desactiva toda empatía. Convierte la pobreza en amenaza y a la víctima en culpable. Así justificamos lo injustificable. Así hacemos política sin mancharnos las manos. Así se expulsa a una familia con el lenguaje antes que con la fuerza.Y yo la conozco. A ella y a su hijo. He caminado con ellos. Los he visto resistir, pedir ayuda, confiar. Por eso estas palabras nacen con frustración, con rabia, pero también con el firme compromiso de seguir luchando junto a ella. Porque merecen un hogar. Porque algunos los acompañamos, sí. Pero muchos otros miraron a otro lado.¿De qué sirve ser una ‘ciudad amiga de la infancia’ si se ejecutan desahucios sobre niños de cuatro años?¿De qué sirve tener un Plan de Infancia en Toledo si no contempla lo más urgente: evitar que los menores queden en la calle?Una infancia sin vivienda es una infancia sin derechos. Todo lo demás es maquillaje institucional. Y en este caso, fallaron también los que deberían haber estado: la comunidad, las entidades sociales, y en especial el movimiento vecinal de Santa Bárbara.¿De qué sirve hablar de barrio, de comunidad, de tejido social, si cuando una vecina está siendo expulsada del sistema, no se levanta ni una voz? La red comunitaria que no responde ante un desahucio no es red. Es silencio estructural.Esto no ha sido un error administrativo. Ha sido una decisión política. Porque permitir que un niño duerma en la calle es una decisión. Porque proteger la propiedad por encima de la vida es una decisión. Porque mirar para otro lado también lo es.Y sí, todo fue legal. Pero que no nos confundan: también fue legal dejar morir de frío a las mujeres pobres durante siglos. También hemos legalizado guerras, colonialismos, esclavitudes.Lo legal no siempre es lo justo. Y desahuciar a un menor nunca lo es.Toledo tiene una oportunidad. Puede elegir entre seguir cumpliendo con las formas, o comprometerse de verdad con las vidas. Puede dejar que la rabia se convierta en organización. Puede asumir su responsabilidad como ciudad. Como administración. Como ciudadanía.Porque esta no es una historia aislada. Es una alarma. Y si no escuchamos a un niño diciendo «mi casa», ¿qué nos queda como sociedad? La semana pasada, en el barrio de Santa Bárbara, Toledo desahució a una familia. Una madre sola. Y un niño de cuatro años. Ese niño repetía una y otra vez dos palabras que deberían helarnos el alma: «mi casa». No gritaba derechos, ni justicia, ni ley. Gritaba lo más básico: pertenencia. Hogar. Vida.Pero no hubo piedad. No hubo alternativa habitacional. No hubo solución. Hubo desalojo. Con papeles. Con orden judicial. Con fuerzas de seguridad. Y, una vez más, la ciudad obedeció la ley y traicionó la humanidad.A la madre la llaman okupa. Lo repiten algunos, lo murmuran otros que prefieren no saber. Pero no era una okupa. Era una estafada. Firmó un contrato falso. Pagó. Lo denunció. Intentó regularizar su situación. Nadie la escuchó.Pero la palabra okupa desactiva toda empatía. Convierte la pobreza en amenaza y a la víctima en culpable. Así justificamos lo injustificable. Así hacemos política sin mancharnos las manos. Así se expulsa a una familia con el lenguaje antes que con la fuerza.Y yo la conozco. A ella y a su hijo. He caminado con ellos. Los he visto resistir, pedir ayuda, confiar. Por eso estas palabras nacen con frustración, con rabia, pero también con el firme compromiso de seguir luchando junto a ella. Porque merecen un hogar. Porque algunos los acompañamos, sí. Pero muchos otros miraron a otro lado.¿De qué sirve ser una ‘ciudad amiga de la infancia’ si se ejecutan desahucios sobre niños de cuatro años?¿De qué sirve tener un Plan de Infancia en Toledo si no contempla lo más urgente: evitar que los menores queden en la calle?Una infancia sin vivienda es una infancia sin derechos. Todo lo demás es maquillaje institucional. Y en este caso, fallaron también los que deberían haber estado: la comunidad, las entidades sociales, y en especial el movimiento vecinal de Santa Bárbara.¿De qué sirve hablar de barrio, de comunidad, de tejido social, si cuando una vecina está siendo expulsada del sistema, no se levanta ni una voz? La red comunitaria que no responde ante un desahucio no es red. Es silencio estructural.Esto no ha sido un error administrativo. Ha sido una decisión política. Porque permitir que un niño duerma en la calle es una decisión. Porque proteger la propiedad por encima de la vida es una decisión. Porque mirar para otro lado también lo es.Y sí, todo fue legal. Pero que no nos confundan: también fue legal dejar morir de frío a las mujeres pobres durante siglos. También hemos legalizado guerras, colonialismos, esclavitudes.Lo legal no siempre es lo justo. Y desahuciar a un menor nunca lo es.Toledo tiene una oportunidad. Puede elegir entre seguir cumpliendo con las formas, o comprometerse de verdad con las vidas. Puede dejar que la rabia se convierta en organización. Puede asumir su responsabilidad como ciudad. Como administración. Como ciudadanía.Porque esta no es una historia aislada. Es una alarma. Y si no escuchamos a un niño diciendo «mi casa», ¿qué nos queda como sociedad? RSS de noticias de espana
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