El sol de Albert Camus ciega. Es abrasador, en ocasiones insoportable y hasta ambivalente, una experiencia tan física como espiritual. Saca de sus personajes lo peor y más brutal o los restituye de su propia tragedia. Según cuál de sus libros, el verano argelino es más que un escenario. Puede tener la belleza y calidez de las ‘Bodas en Tipasa’ y el apego al mundo físico, como puede alterar el juicio y obligar actuar sin razón aparente, a la manera de sus desenlaces más brutales, inesperados e inexplicables. Cuando Mersault, el protagonista de ‘El extranjero’ mata al árabe, la luz está en su punto más fuerte y alto, hasta convertirse en una claridad insoportable, casi un arrebato. «El sol me quemaba la cabeza y sentía que el resplandor me hacía daño en los ojos. Sentí el impulso de apartarme, pero no pude moverme. El peso del sol era tan fuerte que tuve que cerrar los ojos, y fue entonces cuando saqué el revólver y disparé. Cinco veces, en total», escribió en aquella novela corta publicada en 1942. Si en Argel, Tipasa, Orán o Cesarea, la luz mediterránea es sensual y vuelca a los personajes en el apego a la vida, el verano en ‘La peste’ acentúa la sensación de encierro y desesperanza mientras avanza la epidemia. Contrasta con la vitalidad y la sensualidad que él construye en las páginas de ‘El verano’ (1954) , su gran meditación lírica sobre el estío como símbolo filosófico y en el que se incluyen algunas estampas vitalistas que redimen al verano de su naturaleza crepuscular, llegando incluso a eximirlo de la muerte implícita en su solsticio. Noticia Relacionada UN VERANO CON… estandar No Un verano con… Marguerite Duras Karina Sainz BorgoLos ensayos ‘El verano en Argel’ y ‘Regreso a Tipasa’, recogidos también en este volumen de 1954, exploran la memoria de la claridad, la aceptación del mundo y la resistencia al nihilismo a través de la constatación física. «En medio del invierno descubrí por fin que había en mí un verano invencible», escribe el premio Nobel. El verano es evidencia y traza una metáfora como la de los almendros. «En Argel, durante el invierno, aguardaba con paciencia, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle de los Cónsules se cubrirían de flores blancas. Cada año perduraba el tiempo necesario para que se preparara el fruto». En sus ‘Bodas en Tipasa’, Albert Camus celebra la sensualidad de la vida: la luz, el mar, los cuerpos, la juventud. Es una afirmación del placer de existir sin necesidad de trascendencia, mientras que en ‘El mito de Sísifo’ acaba elaborándolo como experiencia de plenitud que contrasta con la desesperación. «El mar, el sol, el verano, todo me parece justo», porque así como Sísifo realiza una tarea inútil y repetitiva, el verano representa una reconciliación con el absurdo, una aceptación. Es una afirmación del placer de existir. La vitalidad y la sensualidad acaban formando una claridad mediterránea. Camus recuerda con pasión los veranos en Tipasa, una ciudad costera cercana a Argel, en la que él sitúa una memoria corporal. «Hace veinte años, vine aquí con la alegría de un niño que se lanza a la vida». La infancia para Camus es evidencia. La abuela materna de Albert Camus nació en Menorca. Catalina Cardona, que cuidó del Nobel durante la infancia, perteneció a la localidad de San Luis, un pueblo de impronta francesa que ella y su marido abandonaron a mediados del siglo XIX rumbo a Argelia. La filósofa Anne Prouteau, presidenta de la Sociedad de Estudios Camusianos y autora de ‘Albert Camus ou le présent impérissable’, señala en la conciencia vital de Albert Camus el despliegue del Mediterráneo —el mar de Ulises—, como un lugar gozoso, previo a cualquier experiencia ideológica. Y así lo cincela él en su mirada: «En Argel, no se reflexiona mucho. El pensamiento se seca en la luz. En esta tierra donde todo se entrega a la luz, el hombre se abandona a la dicha». El sol de Albert Camus ciega. Es abrasador, en ocasiones insoportable y hasta ambivalente, una experiencia tan física como espiritual. Saca de sus personajes lo peor y más brutal o los restituye de su propia tragedia. Según cuál de sus libros, el verano argelino es más que un escenario. Puede tener la belleza y calidez de las ‘Bodas en Tipasa’ y el apego al mundo físico, como puede alterar el juicio y obligar actuar sin razón aparente, a la manera de sus desenlaces más brutales, inesperados e inexplicables. Cuando Mersault, el protagonista de ‘El extranjero’ mata al árabe, la luz está en su punto más fuerte y alto, hasta convertirse en una claridad insoportable, casi un arrebato. «El sol me quemaba la cabeza y sentía que el resplandor me hacía daño en los ojos. Sentí el impulso de apartarme, pero no pude moverme. El peso del sol era tan fuerte que tuve que cerrar los ojos, y fue entonces cuando saqué el revólver y disparé. Cinco veces, en total», escribió en aquella novela corta publicada en 1942. Si en Argel, Tipasa, Orán o Cesarea, la luz mediterránea es sensual y vuelca a los personajes en el apego a la vida, el verano en ‘La peste’ acentúa la sensación de encierro y desesperanza mientras avanza la epidemia. Contrasta con la vitalidad y la sensualidad que él construye en las páginas de ‘El verano’ (1954) , su gran meditación lírica sobre el estío como símbolo filosófico y en el que se incluyen algunas estampas vitalistas que redimen al verano de su naturaleza crepuscular, llegando incluso a eximirlo de la muerte implícita en su solsticio. Noticia Relacionada UN VERANO CON… estandar No Un verano con… Marguerite Duras Karina Sainz BorgoLos ensayos ‘El verano en Argel’ y ‘Regreso a Tipasa’, recogidos también en este volumen de 1954, exploran la memoria de la claridad, la aceptación del mundo y la resistencia al nihilismo a través de la constatación física. «En medio del invierno descubrí por fin que había en mí un verano invencible», escribe el premio Nobel. El verano es evidencia y traza una metáfora como la de los almendros. «En Argel, durante el invierno, aguardaba con paciencia, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle de los Cónsules se cubrirían de flores blancas. Cada año perduraba el tiempo necesario para que se preparara el fruto». En sus ‘Bodas en Tipasa’, Albert Camus celebra la sensualidad de la vida: la luz, el mar, los cuerpos, la juventud. Es una afirmación del placer de existir sin necesidad de trascendencia, mientras que en ‘El mito de Sísifo’ acaba elaborándolo como experiencia de plenitud que contrasta con la desesperación. «El mar, el sol, el verano, todo me parece justo», porque así como Sísifo realiza una tarea inútil y repetitiva, el verano representa una reconciliación con el absurdo, una aceptación. Es una afirmación del placer de existir. La vitalidad y la sensualidad acaban formando una claridad mediterránea. Camus recuerda con pasión los veranos en Tipasa, una ciudad costera cercana a Argel, en la que él sitúa una memoria corporal. «Hace veinte años, vine aquí con la alegría de un niño que se lanza a la vida». La infancia para Camus es evidencia. La abuela materna de Albert Camus nació en Menorca. Catalina Cardona, que cuidó del Nobel durante la infancia, perteneció a la localidad de San Luis, un pueblo de impronta francesa que ella y su marido abandonaron a mediados del siglo XIX rumbo a Argelia. La filósofa Anne Prouteau, presidenta de la Sociedad de Estudios Camusianos y autora de ‘Albert Camus ou le présent impérissable’, señala en la conciencia vital de Albert Camus el despliegue del Mediterráneo —el mar de Ulises—, como un lugar gozoso, previo a cualquier experiencia ideológica. Y así lo cincela él en su mirada: «En Argel, no se reflexiona mucho. El pensamiento se seca en la luz. En esta tierra donde todo se entrega a la luz, el hombre se abandona a la dicha». El sol de Albert Camus ciega. Es abrasador, en ocasiones insoportable y hasta ambivalente, una experiencia tan física como espiritual. Saca de sus personajes lo peor y más brutal o los restituye de su propia tragedia. Según cuál de sus libros, el verano argelino es más que un escenario. Puede tener la belleza y calidez de las ‘Bodas en Tipasa’ y el apego al mundo físico, como puede alterar el juicio y obligar actuar sin razón aparente, a la manera de sus desenlaces más brutales, inesperados e inexplicables. Cuando Mersault, el protagonista de ‘El extranjero’ mata al árabe, la luz está en su punto más fuerte y alto, hasta convertirse en una claridad insoportable, casi un arrebato. «El sol me quemaba la cabeza y sentía que el resplandor me hacía daño en los ojos. Sentí el impulso de apartarme, pero no pude moverme. El peso del sol era tan fuerte que tuve que cerrar los ojos, y fue entonces cuando saqué el revólver y disparé. Cinco veces, en total», escribió en aquella novela corta publicada en 1942. Si en Argel, Tipasa, Orán o Cesarea, la luz mediterránea es sensual y vuelca a los personajes en el apego a la vida, el verano en ‘La peste’ acentúa la sensación de encierro y desesperanza mientras avanza la epidemia. Contrasta con la vitalidad y la sensualidad que él construye en las páginas de ‘El verano’ (1954) , su gran meditación lírica sobre el estío como símbolo filosófico y en el que se incluyen algunas estampas vitalistas que redimen al verano de su naturaleza crepuscular, llegando incluso a eximirlo de la muerte implícita en su solsticio. Noticia Relacionada UN VERANO CON… estandar No Un verano con… Marguerite Duras Karina Sainz BorgoLos ensayos ‘El verano en Argel’ y ‘Regreso a Tipasa’, recogidos también en este volumen de 1954, exploran la memoria de la claridad, la aceptación del mundo y la resistencia al nihilismo a través de la constatación física. «En medio del invierno descubrí por fin que había en mí un verano invencible», escribe el premio Nobel. El verano es evidencia y traza una metáfora como la de los almendros. «En Argel, durante el invierno, aguardaba con paciencia, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle de los Cónsules se cubrirían de flores blancas. Cada año perduraba el tiempo necesario para que se preparara el fruto». En sus ‘Bodas en Tipasa’, Albert Camus celebra la sensualidad de la vida: la luz, el mar, los cuerpos, la juventud. Es una afirmación del placer de existir sin necesidad de trascendencia, mientras que en ‘El mito de Sísifo’ acaba elaborándolo como experiencia de plenitud que contrasta con la desesperación. «El mar, el sol, el verano, todo me parece justo», porque así como Sísifo realiza una tarea inútil y repetitiva, el verano representa una reconciliación con el absurdo, una aceptación. Es una afirmación del placer de existir. La vitalidad y la sensualidad acaban formando una claridad mediterránea. Camus recuerda con pasión los veranos en Tipasa, una ciudad costera cercana a Argel, en la que él sitúa una memoria corporal. «Hace veinte años, vine aquí con la alegría de un niño que se lanza a la vida». La infancia para Camus es evidencia. La abuela materna de Albert Camus nació en Menorca. Catalina Cardona, que cuidó del Nobel durante la infancia, perteneció a la localidad de San Luis, un pueblo de impronta francesa que ella y su marido abandonaron a mediados del siglo XIX rumbo a Argelia. La filósofa Anne Prouteau, presidenta de la Sociedad de Estudios Camusianos y autora de ‘Albert Camus ou le présent impérissable’, señala en la conciencia vital de Albert Camus el despliegue del Mediterráneo —el mar de Ulises—, como un lugar gozoso, previo a cualquier experiencia ideológica. Y así lo cincela él en su mirada: «En Argel, no se reflexiona mucho. El pensamiento se seca en la luz. En esta tierra donde todo se entrega a la luz, el hombre se abandona a la dicha». RSS de noticias de cultura
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