El arzobispo Jacques Mourad ha regresado hace unos días a su sede de Homs, en Siria, tras participar en Roma en el Sínodo de los Obispos de la Iglesia siro-católica, y sus declaraciones a la agencia FIDES constituyen un grito de esperanza que atraviesa la angustia. Mourad nunca ha sido un hombre de medias palabras, ha conocido cara a cara el rostro del yihadismo ya que él mismo padeció un secuestro. Frente a las tibias esperanzas que las potencias occidentales han nutrido respecto del nuevo gobierno islamista de Al-Sharaa , su decepción es total.Denuncia que se ha desentendido de proteger al pueblo, y que en sus cárceles agonizan muchos que no tienen nada que ver con los crímenes del régimen anterior. Más aún, dice que cada vez que oye a los nuevos gobernantes hablar de la «protección» de los cristianos, siente que se les amenaza e incrimina. «Este Gobierno hace lo mismo que hacía el régimen de Assad, no tiene ningún respeto por el pueblo sirio y su historia ». Las cancillerías occidentales deberían tomar nota porque hay despertares muy pesados.Mientras la UNESCO establece la protección de algunos tesoros de Siria, el arzobispo Mourad advierte que ahora lo urgente es proteger el patrimonio vivo del país, o sea sus gentes, no solo los monumentos. A su juicio las siglas del terror cambian de «marca», pero la persecución continúa, y el pueblo se siente abandonado. En una situación en que la economía, el sistema educativo y también el sanitario están colapsados, se atreve a decir que la Iglesia es la única referencia de esperanza para todo el pueblo, no solo para los cristianos.En estos días el arzobispo recorre los pueblos para celebrar las primeras comuniones en las parroquias, y confiesa que es una alegría que llega al corazón: «Son signos de esperanza que el Señor nos ofrece en nuestra pobreza». En medio de una situación trágica, la vida de las comunidades eclesiales prosigue con la catequesis y la liturgia, y además intentan promover el diálogo y la convivencia entre todos los grupos, en un contexto marcado por el dolor y el resentimiento. En Homs ha conseguido que se reúnan sunníes, alauitas, ismaelitas y cristianos , para reconocerse parte de un mismo pueblo y contribuir juntos a la reconstrucción. Sostiene que nadie tiene derecho a juzgar a lo que tratan de rehacer sus vidas fuera del país. Sin embargo, tiene claro que «Jesús quiere que su Iglesia permanezca en Siria» . Para eso es fundamental reconstruir el tejido educativo, revivir los centros pastorales y culturales que puedan acompañar el crecimiento cultural de los jóvenes y facilitar un hogar a los que quieren casarse. Les falta de todo, pero la fe les da un coraje y una inteligencia singulares. En medio de la devastación y del miedo al futuro la pequeña iglesia de Siria es una luz que no se apaga. El arzobispo Jacques Mourad ha regresado hace unos días a su sede de Homs, en Siria, tras participar en Roma en el Sínodo de los Obispos de la Iglesia siro-católica, y sus declaraciones a la agencia FIDES constituyen un grito de esperanza que atraviesa la angustia. Mourad nunca ha sido un hombre de medias palabras, ha conocido cara a cara el rostro del yihadismo ya que él mismo padeció un secuestro. Frente a las tibias esperanzas que las potencias occidentales han nutrido respecto del nuevo gobierno islamista de Al-Sharaa , su decepción es total.Denuncia que se ha desentendido de proteger al pueblo, y que en sus cárceles agonizan muchos que no tienen nada que ver con los crímenes del régimen anterior. Más aún, dice que cada vez que oye a los nuevos gobernantes hablar de la «protección» de los cristianos, siente que se les amenaza e incrimina. «Este Gobierno hace lo mismo que hacía el régimen de Assad, no tiene ningún respeto por el pueblo sirio y su historia ». Las cancillerías occidentales deberían tomar nota porque hay despertares muy pesados.Mientras la UNESCO establece la protección de algunos tesoros de Siria, el arzobispo Mourad advierte que ahora lo urgente es proteger el patrimonio vivo del país, o sea sus gentes, no solo los monumentos. A su juicio las siglas del terror cambian de «marca», pero la persecución continúa, y el pueblo se siente abandonado. En una situación en que la economía, el sistema educativo y también el sanitario están colapsados, se atreve a decir que la Iglesia es la única referencia de esperanza para todo el pueblo, no solo para los cristianos.En estos días el arzobispo recorre los pueblos para celebrar las primeras comuniones en las parroquias, y confiesa que es una alegría que llega al corazón: «Son signos de esperanza que el Señor nos ofrece en nuestra pobreza». En medio de una situación trágica, la vida de las comunidades eclesiales prosigue con la catequesis y la liturgia, y además intentan promover el diálogo y la convivencia entre todos los grupos, en un contexto marcado por el dolor y el resentimiento. En Homs ha conseguido que se reúnan sunníes, alauitas, ismaelitas y cristianos , para reconocerse parte de un mismo pueblo y contribuir juntos a la reconstrucción. Sostiene que nadie tiene derecho a juzgar a lo que tratan de rehacer sus vidas fuera del país. Sin embargo, tiene claro que «Jesús quiere que su Iglesia permanezca en Siria» . Para eso es fundamental reconstruir el tejido educativo, revivir los centros pastorales y culturales que puedan acompañar el crecimiento cultural de los jóvenes y facilitar un hogar a los que quieren casarse. Les falta de todo, pero la fe les da un coraje y una inteligencia singulares. En medio de la devastación y del miedo al futuro la pequeña iglesia de Siria es una luz que no se apaga. El arzobispo Jacques Mourad ha regresado hace unos días a su sede de Homs, en Siria, tras participar en Roma en el Sínodo de los Obispos de la Iglesia siro-católica, y sus declaraciones a la agencia FIDES constituyen un grito de esperanza que atraviesa la angustia. Mourad nunca ha sido un hombre de medias palabras, ha conocido cara a cara el rostro del yihadismo ya que él mismo padeció un secuestro. Frente a las tibias esperanzas que las potencias occidentales han nutrido respecto del nuevo gobierno islamista de Al-Sharaa , su decepción es total.Denuncia que se ha desentendido de proteger al pueblo, y que en sus cárceles agonizan muchos que no tienen nada que ver con los crímenes del régimen anterior. Más aún, dice que cada vez que oye a los nuevos gobernantes hablar de la «protección» de los cristianos, siente que se les amenaza e incrimina. «Este Gobierno hace lo mismo que hacía el régimen de Assad, no tiene ningún respeto por el pueblo sirio y su historia ». Las cancillerías occidentales deberían tomar nota porque hay despertares muy pesados.Mientras la UNESCO establece la protección de algunos tesoros de Siria, el arzobispo Mourad advierte que ahora lo urgente es proteger el patrimonio vivo del país, o sea sus gentes, no solo los monumentos. A su juicio las siglas del terror cambian de «marca», pero la persecución continúa, y el pueblo se siente abandonado. En una situación en que la economía, el sistema educativo y también el sanitario están colapsados, se atreve a decir que la Iglesia es la única referencia de esperanza para todo el pueblo, no solo para los cristianos.En estos días el arzobispo recorre los pueblos para celebrar las primeras comuniones en las parroquias, y confiesa que es una alegría que llega al corazón: «Son signos de esperanza que el Señor nos ofrece en nuestra pobreza». En medio de una situación trágica, la vida de las comunidades eclesiales prosigue con la catequesis y la liturgia, y además intentan promover el diálogo y la convivencia entre todos los grupos, en un contexto marcado por el dolor y el resentimiento. En Homs ha conseguido que se reúnan sunníes, alauitas, ismaelitas y cristianos , para reconocerse parte de un mismo pueblo y contribuir juntos a la reconstrucción. Sostiene que nadie tiene derecho a juzgar a lo que tratan de rehacer sus vidas fuera del país. Sin embargo, tiene claro que «Jesús quiere que su Iglesia permanezca en Siria» . Para eso es fundamental reconstruir el tejido educativo, revivir los centros pastorales y culturales que puedan acompañar el crecimiento cultural de los jóvenes y facilitar un hogar a los que quieren casarse. Les falta de todo, pero la fe les da un coraje y una inteligencia singulares. En medio de la devastación y del miedo al futuro la pequeña iglesia de Siria es una luz que no se apaga. 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