El festival Z Live Rock, uno de los más prestigiosos de Europa, ha convertido este fin de semana a Zamora en la novia de los rockeros del mundo. Nostálgicos, noctámbulos, poetas urbanos y también rockeros de nuevo cuño, gente de todas las generaciones que han arribado hasta orillas del Duero en nombre del heavy metal, las luces, el cuero negro y los decibelios como peregrinos en busca del milagro. Ese milagro que ha convertido a mi pequeña ciudad de la España Vacía en una tierra llena con sus brazos abiertos a todo el que llega. Ese milagro que dejará por décimo año consecutivo más de cinco millones de euros de impacto económico en mi ciudad. Ese milagro que llena hoteles, viviendas turísticas, terrazas, plazas, bares, tiendas de barrio, de productos de cercanía y supermercados. Ese milagro que demuestra que Zamora existe, es, más allá del románico y la Semana Santa, de la historia y la leyenda, de sus viejas piedras y los atardeceres sobre el Duero. Ese milagro que demuestra que el trabajo bien hecho tiene su recompensa, que los sueños se cumplen, que también desde la pequeña Zamora se pueden hacer grandes cosas grandes, muy grandes, desde cero hasta el infinito, desde la nada hasta las 30.000 personas que han asistido a los conciertos de más de 40 bandas nacionales e internacionales.Gentes venidas de todo el país y de buena parte de Europa a la llamada del rock, del heavy metal, de la alegría, la música, el civismo y el buen rollo, la convivencia, en un festival ejemplar a cuya organización -un grupo de jóvenes con Javier Hernández a la cabeza que han hecho magia sin ser magos, que han creado sin ser dioses, que han apostado desde lo invisible- hay que rendir pleitesía sin ser rockera. Para ellos mi enhorabuena y las gracias como zamorana por este regalazo que nos han hecho a toda la ciudad. La vida. La alegría. La esperanza. Me enseñaba un viejo rockero, amigo desde la infancia, un amarillo recorte del también viejo Correo de Zamora, hace unos 40 años, sobre los primeros festivales de rock que se celebraban en los jardines de El Castillo en las fiestas de San Pedro instando a la organización a hacerlos fuera de la ciudad, a sacar fuera de las calles a los rockeros, a los heavies, como si fueran poco menos que apestados, con sus melenas al viento y sus ropas negras, sus cuernos y poses.Cuatro décadas después, Zamora se viste de fiesta cuando reina el metal en sus calles y plazas, cuando Z Live transforma sus calles, el recinto ferial e incluso a sus propias gentes que, sin saberlo, ya llevan el rock en su ADN vital.Larga vida al Z Live Rock, a mi Zamora viva. El festival Z Live Rock, uno de los más prestigiosos de Europa, ha convertido este fin de semana a Zamora en la novia de los rockeros del mundo. Nostálgicos, noctámbulos, poetas urbanos y también rockeros de nuevo cuño, gente de todas las generaciones que han arribado hasta orillas del Duero en nombre del heavy metal, las luces, el cuero negro y los decibelios como peregrinos en busca del milagro. Ese milagro que ha convertido a mi pequeña ciudad de la España Vacía en una tierra llena con sus brazos abiertos a todo el que llega. Ese milagro que dejará por décimo año consecutivo más de cinco millones de euros de impacto económico en mi ciudad. Ese milagro que llena hoteles, viviendas turísticas, terrazas, plazas, bares, tiendas de barrio, de productos de cercanía y supermercados. Ese milagro que demuestra que Zamora existe, es, más allá del románico y la Semana Santa, de la historia y la leyenda, de sus viejas piedras y los atardeceres sobre el Duero. Ese milagro que demuestra que el trabajo bien hecho tiene su recompensa, que los sueños se cumplen, que también desde la pequeña Zamora se pueden hacer grandes cosas grandes, muy grandes, desde cero hasta el infinito, desde la nada hasta las 30.000 personas que han asistido a los conciertos de más de 40 bandas nacionales e internacionales.Gentes venidas de todo el país y de buena parte de Europa a la llamada del rock, del heavy metal, de la alegría, la música, el civismo y el buen rollo, la convivencia, en un festival ejemplar a cuya organización -un grupo de jóvenes con Javier Hernández a la cabeza que han hecho magia sin ser magos, que han creado sin ser dioses, que han apostado desde lo invisible- hay que rendir pleitesía sin ser rockera. Para ellos mi enhorabuena y las gracias como zamorana por este regalazo que nos han hecho a toda la ciudad. La vida. La alegría. La esperanza. Me enseñaba un viejo rockero, amigo desde la infancia, un amarillo recorte del también viejo Correo de Zamora, hace unos 40 años, sobre los primeros festivales de rock que se celebraban en los jardines de El Castillo en las fiestas de San Pedro instando a la organización a hacerlos fuera de la ciudad, a sacar fuera de las calles a los rockeros, a los heavies, como si fueran poco menos que apestados, con sus melenas al viento y sus ropas negras, sus cuernos y poses.Cuatro décadas después, Zamora se viste de fiesta cuando reina el metal en sus calles y plazas, cuando Z Live transforma sus calles, el recinto ferial e incluso a sus propias gentes que, sin saberlo, ya llevan el rock en su ADN vital.Larga vida al Z Live Rock, a mi Zamora viva. El festival Z Live Rock, uno de los más prestigiosos de Europa, ha convertido este fin de semana a Zamora en la novia de los rockeros del mundo. Nostálgicos, noctámbulos, poetas urbanos y también rockeros de nuevo cuño, gente de todas las generaciones que han arribado hasta orillas del Duero en nombre del heavy metal, las luces, el cuero negro y los decibelios como peregrinos en busca del milagro. Ese milagro que ha convertido a mi pequeña ciudad de la España Vacía en una tierra llena con sus brazos abiertos a todo el que llega. Ese milagro que dejará por décimo año consecutivo más de cinco millones de euros de impacto económico en mi ciudad. Ese milagro que llena hoteles, viviendas turísticas, terrazas, plazas, bares, tiendas de barrio, de productos de cercanía y supermercados. Ese milagro que demuestra que Zamora existe, es, más allá del románico y la Semana Santa, de la historia y la leyenda, de sus viejas piedras y los atardeceres sobre el Duero. Ese milagro que demuestra que el trabajo bien hecho tiene su recompensa, que los sueños se cumplen, que también desde la pequeña Zamora se pueden hacer grandes cosas grandes, muy grandes, desde cero hasta el infinito, desde la nada hasta las 30.000 personas que han asistido a los conciertos de más de 40 bandas nacionales e internacionales.Gentes venidas de todo el país y de buena parte de Europa a la llamada del rock, del heavy metal, de la alegría, la música, el civismo y el buen rollo, la convivencia, en un festival ejemplar a cuya organización -un grupo de jóvenes con Javier Hernández a la cabeza que han hecho magia sin ser magos, que han creado sin ser dioses, que han apostado desde lo invisible- hay que rendir pleitesía sin ser rockera. Para ellos mi enhorabuena y las gracias como zamorana por este regalazo que nos han hecho a toda la ciudad. La vida. La alegría. La esperanza. Me enseñaba un viejo rockero, amigo desde la infancia, un amarillo recorte del también viejo Correo de Zamora, hace unos 40 años, sobre los primeros festivales de rock que se celebraban en los jardines de El Castillo en las fiestas de San Pedro instando a la organización a hacerlos fuera de la ciudad, a sacar fuera de las calles a los rockeros, a los heavies, como si fueran poco menos que apestados, con sus melenas al viento y sus ropas negras, sus cuernos y poses.Cuatro décadas después, Zamora se viste de fiesta cuando reina el metal en sus calles y plazas, cuando Z Live transforma sus calles, el recinto ferial e incluso a sus propias gentes que, sin saberlo, ya llevan el rock en su ADN vital.Larga vida al Z Live Rock, a mi Zamora viva. RSS de noticias de espana
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